El Dr. Óscar Fabregat, Jefe del Servicio de Cardiología de Hospitales IMED, vuelve para hablarnos sobre las utilidades de los dispositivos de medición del rendimiento y las nuevas tecnologías. Estos utensilios nos ayudan a conocer nuestros límites y valorar nuestro ejercicio, pero no deben convertirse en una obsesión a la hora de nuestra vida cotidiana.
En los últimos años hemos asistido al auge de nuevos dispositivos de pulsera wireless que nos ofrecen la posibilidad de medir multitud de variables durante nuestra actividad diaria o la práctica deportiva.
Desde los smartwatch más sencillos, que incluyen contadores de pasos o medición de pulso cardíaco mediante fotopletismografía (sensores de luz), hasta los más sofisticados con banda pectoral para medición de frecuencia cardiaca, o integración de acelerómetros o GPS, estos dispositivos han pasado a formar parte de nuestra vida cotidiana, hasta tal punto, que resulta extraño no conocer algún familiar o amigo que no disponga de uno de ellos. Tan integrados están ya en nuestros quehaceres, que es frecuente tema de conversación en cenas y reuniones el número de pasos que hace cada uno, o cuál es su frecuencia máxima!
Pongamos un punto de sensatez en este asunto, y hagamos que estos dispositivos se pongan a nuestro servicio y no al revés. A diario en la consulta acuden pacientes porque el dispositivo les dice que tienen arritmias o preguntando a qué frecuencia cardíaca tienen que caminar.
Primer punto: los 10.000 pasos! Esta famosa cifra apareció hace algunos años a raíz de una campaña de marketing para la venta de podómetros, y poco a poco ha ido integrándose en las recomendaciones científicas por su calado en la sociedad. ¿Por qué 10000 pasos? Pues porque equivalen a una distancia aproximada de 8 kms, lo que supone más de una hora de actividad física aeróbica diaria, cuyo beneficio para la salud cardiovascular es indiscutible (control de peso, mejora en metabolismo de grasas y azúcares, regulación de presión arterial…). El error que cometemos todos con esta premisa es contabilizar los pasos a lo largo del día (me muevo por la oficina, voy a comprar, paseo el perro…), y esto tiene poca influencia sobre el metabolismo energético. La gran mayoría de estos pasos debería concentrarse en una misma actividad, para que el beneficio cardiovascular sea efectivo. Es decir, me pongo las zapatillas, y salgo a caminar «rápido» o correr durante 40, 50 o 60 minutos seguidos, para completar al menos 5, 6 u 8 kms de una vez. Fuera de eso, el beneficio es dudoso.
Segundo punto: la tecnología está para ayudarnos. La función última de estos dispositivos deber ser asesorarnos en nuestras actividades, facilitarnos algunos objetivos o reforzarnos conductas, en ningún caso, ejercitarnos pendientes de sus números o esclavizarnos con sus alarmas. Y esto parece que ocurre en demasiadas circunstancias. ¿A qué frecuencia cardíaca debo caminar? La pregunta está mal formulada desde el principio, pues no debería existir tal pregunta. Cuando salgo a caminar por las mañanas, a disfrutar de mi actividad física, podré decir que mi frecuencia cardiaca media es 120 pulsaciones por minuto y he recorrido entre 7 y 8 kms. Esa debería ser mi conclusión, y no hay preguntas. Cada uno necesita una frecuencia cardiaca para realizar cierta actividad física, en base a su condición física y su historia deportiva, y no debemos poner límites numéricos en casi ningún caso (excepto en ciertos pacientes con patologías cardiovasculares), el único límite es nuestra capacidad de disfrutar de la misma. ¿Es que salgo a correr y mi frecuencia cardiaca es mucho más alta que las del resto del grupo? ¿Mi hijo juega a fútbol y en la pulsera marca un pulso de 200, es malo? ¿Hoy en la oficina la pulsera me ha marcado una alarma de frecuencia baja, qué hago? Que la tecnología nos facilite la vida, no al contrario. ¿Te hubieras formulado estas preguntas antes? Si la respuesta es no, ya te has contestado.
Tercer punto: cambiar el enfoque. Pongamos el foco de atención en la propia actividad física y los beneficios que nos reporta, y huyamos en la medida de lo posible de estadísticas, números y porcentajes. ¿Por qué salgo a correr? ¿Por qué compito cada fin de semana? ¿Por qué voy a caminar con mi amiga por la mañanas? ¿Por qué hago senderismo con mi pareja el fin de semana? Cada uno tendrá su respuesta, y ése es el valor intrínseco de la actividad. La salud, el rendimiento deportivo, la superación de objetivos personales, el bienestar físico y mental, la liberación de estrés, el placer de la naturaleza… Pon el foco en disfrutar lo que haces, ¡que los números no desvíen tu atención!